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martes , abril 23 2024
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Una noche de sorpresas y cambios inesperados

Por Julio Fernández Baraibar*

La política, como la vida, tiene sorpresas, encrucijadas, emboscadas y repentinos cambios que influyen sobre el porvenir. Hoy la política argentina vivió uno de esos cambios. Y el mapa político de cara a las próximas elecciones nacionales es distinto al de ayer o al de hoy a la mañana.

La primera vuelta electoral para elegir jefe de gobierno en la Capital Federal -sigámosla llamando así que es un mejor nombre, es de todos, es federal, es orgullo de los argentinos- tuvo una distribución de votos más o menos así: un 46% para el candidato oficialista del PRO, el compinche y “consigliero” del actual jefe de gobierno y candidato a presidente de la República Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta; un 26% a favor de su socio en la alianza electoral por la presidencia y candidato de Elisa Carrió, Sanz y Stolbizer -todos a la sombra del gran titiritero el Coti Nosiglia-, Martín Lousteau; el candidato del Frente para la Victoria, Mariano Recalde, 22 % y un 6% repartido en las dos alternativas llamadas de izquierda.

La cifra obtenida por el PRO era muy alta. Solo 4 puntos le faltaban para la mayoría absoluta. Un triunfo del candidato macrista en la Capital Federal, donde el jefe del partido habían gobernado durante ocho años, era el empujón necesario para consolidar su carrera a la presidencia como el mejor y más exitoso candidato de la oposición antikirchnerista. El resultado final de las elecciones en Santa Fe, con la milimétrica derrota del artista de varieté Miguel del Sel y su pésimo resultado en las elecciones legislativas en dicha provincia, habían dejado al PRO fuera de juego en la tierra de Carlos Reuteman -el eternamente relegado candidato presidencial conservador y punto de contacto con el viejo menemismo hoy en desbande-. De manera que demostrar un poderoso caudal electoral en la Capital Federal constituía para el macrismo una pieza esencial en su arquitectura táctica, en rumbo a octubre.

Quince días antes del comicio el ex candidato del FpV, Mariano Recalde, anunció, en conferencia de prensa, que su fuerza no se manifestaría por ninguna de las dos opciones del balotaje, por considerarlas dos caras de la misma política y del mismo proyecto. Pero tampoco, públicamente, llamó a los votantes del FpV a no votar o votar en blanco. La declaración fue, a mi entender, correcta puesto que no correspondía el apoyo público a un candidato y a una fuerza que se declaraba profundamente opositora a la presidenta de la República y a las políticas desarrolladas en sus mandatos. Tampoco correspondía, como se verá, llamar a votar en blanco, puesto que el resultado de ese voto en blanco dejaría expuesta la capacidad de conducción del FpV sobre sus electores. No obstante, y pese a no ser sostenido públicamente, circuló entre distintos grupos militantes del FpV de Capital, la orden o sugerencia de votar en blanco. Circulaba un argumento acerca de no permitir el crecimiento de Lousteau, habida cuenta que el PRO ya estaba virtualmente derrotado en las elecciones nacionales y algunas otras consideraciones tacticistas de diferente importancia y criterio.

La constitución de la Capital Federal establece que para la obtención de la mayoría absoluta no se computan los votos en blanco o nulos. Al ciudadano y a la ciudadana de nuestro país, cualquiera sea su filiación política -a excepción del pequeño y recalcitrante grupito de nostálgicos de la dictadura militar- no les gusta votar en blanco. Ha costado mucho el derecho a votar para no utilizarlo positivamente. Y al votante peronista kirchnerista mucho menos. El voto en blanco está asociado, en su memoria histórica, a las duras épocas de la proscripción del general Perón, de la prohibición de cantar la Marcha Peronista y la dura persecución policial. Votar en blanco mientras están vigentes las más amplias libertades públicas y la plena vigencia del sistema constitucional es considerado una especie de dilapidación de un instrumento útil en tiempos duros de restricción de los derechos democráticos.

Y esta suma de causales provocó una sorpresa inesperada, por lo menos para Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, el PRO y el núcleo duro de la oposición, la corporación mediática y su CEO, Héctor Magnetto.

El candidato Martín Lousteau estuvo a un paso de derrotar al candidato del PRO, quien sólo logró crecer su caudal electoral en 28.180 votos, mientras que Lousteau lograba arrastrar tras su candidatura nada menos que 341.500 ciudadanos que no lo habían votado en la primera vuelta. La inmensa mayoría de quienes no votaron ni a Larreta ni a Lousteau en la primera vuelta, consideraron oportuno volcar su apoyo a este último, como modo de expresar su disconformidad con la gestión macrista. Esta gestión, como se sabe pese al cerco informativo, se ha caracterizado por irregularidades tipificadas en el Código Penal, desde el espionaje por el cual está procesado el jefe de gobierno y candidato presidencial hasta la represión en el Hospital Borda, en el Indoamericano y la muerte de diez bomberos en el incendio intencional de la empresa Iron Mountain y de dos niños en otro incendio en un taller clandestino que trabajaba para la firma de la esposa de Mauricio Macri.

A todo esto, el PRO, y los encuestadores contratados por esta fuerza política, aseguraban un triunfo por una cifra mayor a los 10 puntos. El voto en blanco jugaba a favor del PRO, ya que al no ser considerado en la totalidad de los votos, aumentaba el porcentaje de quien iba adelante. Si todos los ciudadano que no habían votado ni a Rodríguez Larreta ni a Lousteau, en la primera vuelta, hubiesen votado en blanco o anulado su voto, el porcentaje del primero hubiera pasado de 46 a 64 %, mientras que el de Lousteau hubiese aumentado de 26 a 36, con lo que la diferencia hubiera sido de 28 puntos.

Un sólido triunfo del PRO en su ciudad consagraba a Macri como el candidato indiscutible de la oposición y lo proyectaba a las PASO presidenciales de Cambiemos -la alianza PRO, UCR, ARI y otros- como el preferido frente a Sanz o a la señora Elisa Carrió -quien ya tiene preparado su velorio, según informó a la prensa-.
Este resultado además consolidaría el esponsoreo del que goza el intendente porteño de parte de la corporación mediática, quien ha ocultado todos sus enormes desaguisados y delitos y ha intentado presentarlo -con éxito discutible- como un hombre capaz e inteligente.

La miserable diferencia de 2,28 puntos a favor de Rodríguez Larreta, su incapacidad en atraer más votantes, terminó con todas estas expectativas. El electorado porteño -tantas veces injuriado- desbarató todas estas expectativas. Macri es candidato de un partido comunal que a duras penas ha logrado mantener su mayoría y carece de representatividad territorial en el resto del país. Esto ha significado un golpe mortal a su candidatura presidencial. Ya no es, ni mucho menos, un “primus inter pares”, un solvente administrador que de taquito obtiene una continuidad en el gobierno para su colaborador inmediato. Sus posibilidades de ganar en las PASO de Cambiemos -su alianza electoral- han quedado seriamente afectadas.
Su discurso en el bunker del PRO fue un reconocimiento explícito a las ventajas y beneficios del programa llevado adelante por el kirchnerismo en estos doce años. Se plegó y ratificó cada uno de sus logros: Aerolíneas, la AUH, YPF. Y, lo que es más significativo, cada una de estas afirmaciones era recibida con un abucheo por parte de sus seguidores. Uno de los objetivos tácticos centrales, generar desorientación en el enemigo, se había logrado. El periodista Roberto Navarro, de C5N, comentaba, casi al mismo momento, que el publicista ecuatoriano Durán Barba, responsable de la campaña electoral de Macri, consideraba inevitable la victoria de Daniel Scioli y que había aconsejado abandonar toda referencia al cambio, para manifestar un discurso lo más cercano posible al del oficialismo nacional.

De la misma manera ocurrió con la deferencia con que Macri ha sido permanentemente tratado por Clarín, Canal 13, TN y sus plumíferos. En la noche misma del menguado triunfo, TN tituló “Macri ya no baila; el ridículo tambaleo de Mauri”. En un par de horas Magnetto le había soltado la mano. De ahora en más tendrá que arreglarse como pueda, sin contar con la protección y el silencio del monopolio mediático. Sus entuertos, sus trapisondas, sus crímenes iran saliendo a la luz cuando sea necesario.

Por otra parte, es evidente, como muy bien lo puntualizó en un twitter el siempre inteligente Mario Paulela, “Vamos a presenciar cambios dramáticos en la táctica de Clarín en estos días. Pero dramáticos, eh”. Por de pronto, unas horas después del cierre del comicio, era suspendido el programa de Lanata y en TN no era Mauricio Macri quien conversaba con los periodistas, sino el candidato presidencial del FpV, Daniel Scioli.

La alianza integrada por la UCR y Elisa Carrió ha experimentado la sensación de un nuevo impulso que durará lo que la complicidad mediática disponga. No son ellos los articuladores de su estrategia electoral, sino que son simples marionetas del establishment, que ha encontrado en Clarín y La Nación un notable titiritero y el verdadero jefe de campaña.

Lousteau, por su parte, sin una fuerte organización partidaria y sin un destino electoral inmediato, pasará rápidamente al olvido, hasta el momento en que vuelva a ser necesario, si lo llegase a ser.
También, con toda seguridad, tanto Massa -cuyo nombre ha empezado también a entrar en un oscuro cono amnésico- como De la Sota -cuyas aspiraciones a trascender su ámbito provincial han sido siempre burladas- deben refregarse las manos pensando que la victoria pírrica de Larreta les allana el camino al apoyo del establishment y al ansiado premio presidencial.

Los votos de quienes votaron al FpV en la primera vuelta porteña lograron esta maravillosa sorpresa a “pura intuición de pensamiento”, como hubiera dicho don Hipólito Yrigoyen. Y demostraron que quizás lo erróneo de nuestro dificil resultado electoral en la Capital Federal no radique en los votantes sino en las respuestas y ofertas electorales que hemos ofrecido durante todos estos años. Por lo pronto, los dirigentes que consideraron que la táctica acertada era votar en blanco y así lo bajaron a la militancia, tendrán que reconocer que, por lo menos, no fueron obedecidos.

* Periodista / Instituto Manuel Dorrego / La Señal Medios.

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